Cada cierto tiempo suele rebrotar un tema de relevancia regional y que despierta amplio debate y pasiones: la relación peruano-chilena. En el ámbito económico, creemos que el análisis debería girar hacia una dimensión histórica. El marco cronológico útil para el análisis en mención se inicia en septiembre de 1973, mes en el que se da el golpe de Estado contra el gobierno de corte socialista de Salvador Allende, para luego instaurarse la dictadura militar de Augusto Pinochet.
Este hecho político, que lidia con esquemas armamentistas militares, significó un cambio radical en la política económica del país chileno. De un Estado empresario e intervencionista, se pasó a una serie de reformas estructurales que dieron paso a una libertad económica que ha venido dando sus frutos durante los últimos años (superávit fiscal, crecimiento económico, modernidad, reducción de la pobreza, etc.). Al respecto, es conocida la participación de los afamados Chicago Boys (jóvenes destacados economistas chilenos que fueron enviados a la universidad de dicha ciudad para seguir estudios de post-grado), bajo las recomendaciones del legendario Milton Friedman, padre de la Escuela de Chicago y el no menos afamado Arnold Harberger.
Por el lado del Perú, la apertura económica ha sido posterior, recién iniciado el gobierno de Alberto Fujimori. En este caso, la presión de los organismos internacionales, luego de cinco años de gobierno excesivamente proteccionista y estatista, tuvo un efecto inmediato en la intención de realizar las reformas estructurales necesarias para esa coyuntura. Siguiendo el recetario del Consenso de Washington, el Estado fue reduciéndose a través de privatizaciones y la consiguiente contracción del gasto público. Los niveles de inflación galopante (más de 6 mil puntos porcentuales) fueron cayendo y estabilizándose. Fue un choque duro pero probablemente haya sido la única salida a tan difícil situación.
Un punto en común entre ambos países ha sido el contexto económico que propició el inicio las reformas. En ambos casos, el Estado había provocado (gracias a irresponsables niveles de gasto público y al estatismo retórico) una inflación de múltiples dígitos y el corte del gobierno era el de un discurso antiimperialista. Sin embargo, las asimetrías que vemos hoy entre las dos economías en análisis se originan, en parte, por las fechas de inicio de las reformas estructurales. En ese sentido, Chile le lleva al Perú casi 20 años de ventaja.
Pertinente resulta distinguir el carácter liberal de la política económica de ambos países con el liberalismo clásico de Smith y Ricardo (principalmente el primero mencionado). Los liberales de hoy en día (a quienes llamaremos, para simplificar los términos en un ejercicio de burdo economicismo, como “neoliberales”) resaltan la doctrina de mercado como único mecanismo de asignación de recursos en el ámbito económico. Sin embargo, muchos de ellos encontraron un ambiente propicio para emprender sus reformas precisamente en gobiernos de corte dictatorial. Los ejemplos más representativos son los mandatos de Pinochet y Fujimori, para los casos chileno y peruano, respectivamente.
Este hecho político, que lidia con esquemas armamentistas militares, significó un cambio radical en la política económica del país chileno. De un Estado empresario e intervencionista, se pasó a una serie de reformas estructurales que dieron paso a una libertad económica que ha venido dando sus frutos durante los últimos años (superávit fiscal, crecimiento económico, modernidad, reducción de la pobreza, etc.). Al respecto, es conocida la participación de los afamados Chicago Boys (jóvenes destacados economistas chilenos que fueron enviados a la universidad de dicha ciudad para seguir estudios de post-grado), bajo las recomendaciones del legendario Milton Friedman, padre de la Escuela de Chicago y el no menos afamado Arnold Harberger.
Por el lado del Perú, la apertura económica ha sido posterior, recién iniciado el gobierno de Alberto Fujimori. En este caso, la presión de los organismos internacionales, luego de cinco años de gobierno excesivamente proteccionista y estatista, tuvo un efecto inmediato en la intención de realizar las reformas estructurales necesarias para esa coyuntura. Siguiendo el recetario del Consenso de Washington, el Estado fue reduciéndose a través de privatizaciones y la consiguiente contracción del gasto público. Los niveles de inflación galopante (más de 6 mil puntos porcentuales) fueron cayendo y estabilizándose. Fue un choque duro pero probablemente haya sido la única salida a tan difícil situación.
Un punto en común entre ambos países ha sido el contexto económico que propició el inicio las reformas. En ambos casos, el Estado había provocado (gracias a irresponsables niveles de gasto público y al estatismo retórico) una inflación de múltiples dígitos y el corte del gobierno era el de un discurso antiimperialista. Sin embargo, las asimetrías que vemos hoy entre las dos economías en análisis se originan, en parte, por las fechas de inicio de las reformas estructurales. En ese sentido, Chile le lleva al Perú casi 20 años de ventaja.
Pertinente resulta distinguir el carácter liberal de la política económica de ambos países con el liberalismo clásico de Smith y Ricardo (principalmente el primero mencionado). Los liberales de hoy en día (a quienes llamaremos, para simplificar los términos en un ejercicio de burdo economicismo, como “neoliberales”) resaltan la doctrina de mercado como único mecanismo de asignación de recursos en el ámbito económico. Sin embargo, muchos de ellos encontraron un ambiente propicio para emprender sus reformas precisamente en gobiernos de corte dictatorial. Los ejemplos más representativos son los mandatos de Pinochet y Fujimori, para los casos chileno y peruano, respectivamente.
A partir de dicha evidencia, puede concluirse que los neoliberales se diferencian de forma clara frente a ciertos preceptos incubados por el mismo Adam Smith en tanto los gobiernos en que han venido participando no han respetado la separación de poderes del Estado, la separación de las líneas Iglesia-Estado, la defensa de los Derechos Humanos, etc. Útil sería establecer una reflexión y debate sobre el verdadero sentido de ser un auténtico liberal.
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