(Artículo publicado para "Coyuntura Económica", Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico)
Desde hace algunas décadas los principales organismos económicos internacionales han centrado su preocupación en dotar de herramientas a los países del “tercer mundo” para que estos puedan conseguir el tan anhelado camino hacia el desarrollo. Se han realizado recomendaciones, condicionamientos, y las economías emergentes han logrado dicha condición tras sucesivas experiencias (tanto exitosas como devastadoras) a lo largo de los años. Ante una hegemonía ideológica de libre mercado en todo Occidente y algunos países orientales (recientes principales ejemplos: China e India. Claro está, solo en el ámbito económico), parece que la receta está concluida y tiene carácter universal. Sin embargo, cuando una gran mayoría apoya determinado modelo de manera férrea y este parece ser indestronable, saludable resulta detenerse un momento para cuestionarse cuán viable es y cuánto toma en cuenta la realización misma del hombre.
Cuentas nacionales, PIB, sistema del gasto. Quizá estos conceptos hayan sido el único termómetro para diagnosticar el estado de desarrollo de un país. No obstante, han resultado útiles para medir el crecimiento (ojo, crecimiento) de las economías en términos del total de bienes y servicios producidos en determinados tiempo y espacio geográfico. De hecho, estos sistemas han recibido críticas desde hace algunas décadas por considerárseles incompletos. Elsa Galarza (2004: 34) describe que la contabilidad nacional carece de mecanismos para medir muchos de los servicios derivados de los recursos naturales y ambientales. Asimismo, señala que no incorpora los cambios en el stock de dichos recursos.
Cuando uno se pone a analizar con cierto detenimiento el crecimiento acumulado del PIB de un país, podría surgir la pregunta de que si la cifra resultante con respecto al año base tomado como referencia es un indicador de la cantidad de veces que la felicidad de la gente se ha multiplicado. Probablemente, la respuesta sea negativa. En ese sentido, el economista-antropólogo francés de la Universidad de París – XI, Serge Latouche, se manifiesta de forma enfática: “En Europa, el Producto Interior Bruto en 200 años se ha multiplicado por treinta. Y pregunto: ¿somos hoy treinta veces más felices?”.
Resulta interesante tal apreciación. Efectivamente, el consumo (ojo, consumo) en Europa ha crecido en la tasa señalada. ¿Pero esa es realmente señal de desarrollo? En realidad, puede ser signo, más bien, de todo lo contrario debido a que finalmente lleva a una situación de infeliz desenlace: el ejercicio de una brutal presión sobre los recursos naturales, como bien lo señala Latouche.
El Indicador Genuino del Progreso (GPI, por las siglas en inglés), puede contribuir a establecer un mayor acercamiento al significado de desarrollo y bienestar. Dentro de ese contexto, Hicks (1946) diferenció el término “renta” al exponerlo como la capacidad de consumo actual de los agentes sin implicar un sacrificio en el consumo futuro (marco teórico de lo que actualmente se conoce como desarrollo sostenible), que llevaría al agotamiento de capital.
El agotamiento del stock de capital es un peligro permanente del manteniendo del sistema devastador de las actuales economías industrializadas. Ante ello, Latouche recomiendo su ya muy afamado “decrecimiento”. Entendiendo el crecimiento como el aumento del consumo de los agentes (con la consiguiente presión sobre los recursos naturales y ambientales), el decrecimiento surge como un alivio para la insostenible situación vivida en nuestros tiempos. Llama la atención, pero la tesis es muy válida.
La Oxford Poverty and Human Development Initiative (OPHI), bajo el mando de Sabina Alkire, pretende continuar y llegar a la enumeración (estimación estadística) de algunos tópicos estudiados por el modelo de desarrollo centrado en el bienestar humano y su naturaleza del economista-filósofo indio Amartya Sen. Para ello, la OPHI se está desenvolviendo en el manejo de cinco proyectos. Ellos son, la definición de las dimensiones de la pobreza, el estudio de los principios éticos para el aligeramiento de la pobreza, la motivación y el comportamiento económico, el uso de la tecnología al análisis y a la política y, finalmente, la concentración en la economía política de la pobreza.
Es sumamente interesante notar cómo desde su fundación (en mayo del 2007), la OPHI se ha preocupado en diseñar talleres que tratan temas como la falta de datos para la investigación humana del desarrollo y la pobreza. Esto dado que recurrentemente (y normalmente) se suele explorar en un limitado sistema de indicadores para la inclusión de encuestas nacionales que puedan utilizarse para realizar una base de datos internacionalmente comparables.
La OPHI propone un sistema pequeño de indicadores que han llegado a adquirir cinco dimensiones. Estas son, el trabajo (incluido el informal), la seguridad física, el empowerment, las relaciones sociales y la significación (trascendencia del hombre). Estos factores han sido tomados en cuenta gracias a su susceptibilidad de ser comparables entre sí.
En el nivel microeconómico, este centro de investigación adscrito a la Universidad de Oxford ha planteado también la problemática de poder establecer comparaciones multidimensionales de la pobreza. Es necesario precisar que se ingresa a un ámbito más microeconómico ya que se explora la aplicación de comparaciones interpersonales del bienestar, entrando así a un campo quizá de mayor carácter subjetivo.
Ante la ortodoxia de la mayoría neoclásica, existen alternativas (incipientes aún, por su capacidad de difusión, mas no por la fortaleza de sus argumentos) para ir más allá de los poco ilustrativos PIB e Ingreso Nacional BRUTO.
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