Wednesday, September 13, 2006

¿Interculturalidad en globalización?: la posesión de los medios de producción del papel homogenizador antes asumido por el caduco modelo Estado-nación

El término “ciudadanía” designa la relación entre individuo y el Estado, así, sus distintos modelos varían de acuerdo con la naturaleza del segundo mencionado. Por otro lado, el concepto de multiculturalidad debe ligarse firmemente con la imagen del Estado, debido a su requerida capacidad de captar las distintas variables culturales; mientras que el de interculturalidad, con el de individuo, por el hecho de la interrelación supuestamente articulada y correctamente concebida de un ciudadano con individuos de procedencias múltiples. Entonces, la concordancia entre ambos niveles genera una situación ideal. Sin embargo, la relación de dichos niveles es de amplia complejidad y no siempre su composición es la adecuada, esto debido a que existen ciertas tensiones aún oscilantes.

Un punto en común de todo modelo de Estado multicultural es su inmediato alejamiento del otrora anhelado Estado-nación. Sucede que este evoca ciertos factores que facilitan la homogenización de una sociedad en la que la propuesta imperante y válida es la impuesta por el grupo dominante. Estar fuera de tales parámetros contribuye con el riesgo de ser apartado, marginado y no asimilado. Por lo tanto, el modelo de Estado multicultural es el actualmente buscado, eso sí, este debe adaptarse a las condiciones específicas del país en que este sistema se aplique. No obstante, hay rasgos que resultan comunes en todos los casos. Por ejemplo, el rechazo de todo tipo de exclusión so pretexto de la “construcción nacional”, claro, esta problemática se agrava mientras mayor sea la multiculturalidad y todas las instituciones públicas están comprometidas en ello. Asimismo, ligado a lo anterior, el acceso al Estado por parte de todos y, finalmente, el reconocimiento y reivindicación históricos de aquellos grupos víctimas de la exclusión. Estos grupos, condicionados por su concentración territorial, determinan la clase de Estado multicultural a erigirse.

De suma importancia se presenta el enfocarse hacia el otro nivel de complemento: el de ciudadano intercultural. En primer lugar, resulta preciso que este se articule de manera espontánea y natural con el modelo de Estado multicultural, ya que el último mencionado tendrá carácter de larga duración si se sostiene y recibe el aval del tipo de ciudadano aludido, el cual reúne una serie de rasgos peculiares gracias a un sistema que le acredita un nuevo patrón de formación, en primera instancia, en la escuela. Logrado esto, el Estado genera las instituciones en sociedades con lazos de identidad privativos, de manera que las libera de la opresión ejercida por la mayoría influyente y suscita la edificación de una sociedad paralela. Es en ese momento en que se genera una contradicción. El problema radica en el hecho de que estas sociedades paralelas poseen un buen nivel de funcionamiento interno, pero no ocurre lo mismo en la interrelación entre las partes, producto del desinterés por comprenderse de ambos. Es así que el fenómeno señalado no satisface decorosamente la descripción de lo que es ciudadanía intercultural. Simplemente porque un ciudadano intercultural es alguien quien tiene la permanente disposición hacia lo diverso y que además está inmerso en ello.

El enfatizar las habilidades interculturales contribuye con la reducción de la sensación de aislamiento, promueve la integración entre distintos grupos y construye una plataforma sólida con camino ineludible hacia la justicia. Sin embargo, la preferencia abultada hacia algunas culturas antes que a otras puede generar serias fricciones que se alimentan por el malestar de ciertas sociedades por no ser atractivas para otras. Un problema no tocado es el de la existencia real de sociedades que se resisten a darse a la luz global, inspirados por credos religiosos conservadores y ortodoxos que señalan a los miembros de estas sociedades como los únicos “salvados”, los “escogidos”. Estos credos están considerablemente arraigados debido a la formación temprana que los ciudadanos reciben en casa, escuela y sociedad.

¿Realmente es necesario tener pleno entendimiento sobre las variables de las otras culturas? La respuesta es no. Solo es necesario reconocer las diferencias entre las concepciones de cada grupo y ser consciente de que no se puede esperar a un Estado que actúe desde la visión de uno de ellos.

Estos puntos son muy bien detallados, y con bastante ánimo de desencanto, por el filósofo Will Kymlicka. No obstante, el tema de la problemática de la globalización ha sido tocado de manera insuficiente. La globalización es un fenómeno que se expone cada vez más frecuentemente desde un enfoque idealizado que va de la mano con el desarrollo tecnológico y la hegemonía política de las potencias de Occidente que se afianzó a partir de la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS cuyo origen se remonta a las desviaciones engendradas en el XX Congreso del PCUS. Desde esa posición podemos preguntarnos, ¿la globalización propicia las relaciones interculturales? Lamentablemente, no. Más bien, hace todo lo contrario: elimina esos lazos que crean identidad cultural. Entonces, si no hay cultura, no hay la cuestión intercultural. Pueden darse encuentros entre gente de distintos países, pero no se da la retroalimentación esperada debido a que ambos están manejados bajo un sistema controlado por los medios de producción masivos cuyo primer fin es la homogenización en todos los ámbitos para lograr la consiguiente simplificación de las variables específicas de cada sociedad y etnia. Otro claro ejemplo de cómo la globalización corrompe la identidad cultural de las personas es la expansión descontrolada de ciertas modas que involucran diversos factores (música, ropa, lenguaje, etc.): casi inevitable el encuentro de un joven con la música reggaeton, de por medio están la televisión, radio y publicidad en general. En consecuencia, dicho joven (en este caso, de origen andino) asume tales patrones e inmediatamente niega el folklore de su tierra al entregarse a una moda extranjera, ligada al poder y seguridad de un pseudo-género musical creado en una isla totalmente respaldada por los EE.UU. Eso, señores, tiene un solo nombre: imperialismo.

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